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Cómo el Ashtanga Vinyasa Yoga cambió mi manera de practicar (y enseñar) yoga

El Ashtanga Vinyasa Yoga entró en mi vida, se podría decir, casi por casualidad. Yo buscaba simplemente un sitio donde poder practicar yoga con más regularidad, más allá de esa clase suelta del martes o del jueves que me sabía a poco. Al mismo tiempo, empezaba a sentir que quería profundizar y dar un paso más: formarme como profesor. Así que como todo buscador del siglo XXI, abrí YouTube.

Y fue ahí donde apareció Cosmin Yogi. Un vídeo suyo sobre cómo convertirse en profe de yoga me atrapó, no sólo por su claridad, sino por la energía que transmitía. A día de hoy, sigue siendo uno de mis maestros y con él hice mis formaciones específicas. Y como si el universo hubiese alineado todo, en ese mismo momento mi maestra Raquel abría la primera escuela de Ashtanga Yoga tradicional en Zaragoza. Me apunté. Y desde entonces no he parado.

La práctica me enganchó enseguida. Hay algo en el Ashtanga que te atrapa o te repele. Es una práctica intensa, tanto a nivel físico como energético. Siempre las mismas posturas, siempre en el mismo orden, siguiendo una secuencia preestablecida. Y aunque esto puede sonar monótono, tiene algo hipnótico. La mente, que suele saltar de una cosa a otra como un mono inquieto, empieza a calmarse precisamente gracias a esa repetición. Lo que para muchos es aburrido, para otros es medicina.

Un poco de historia (que siempre viene bien)

El Ashtanga Vinyasa Yoga tal y como lo conocemos hoy fue sistematizado por Sri K. Pattabhi Jois en Mysore (India) a mediados del siglo XX, aunque se basa en enseñanzas más antiguas que él mismo aprendió de su maestro Krishnamacharya, considerado el padre del yoga moderno. La palabra «Ashtanga» significa «ocho ramas» en sánscrito, haciendo referencia al sendero del yoga descrito en los Yoga Sutras de Patanjali. Pero el estilo de práctica física al que nos referimos cuando decimos “Ashtanga” es el Ashtanga Vinyasa Yoga, una combinación de respiración (ujjayi), posturas (asanas), mirada (drishti) y cierres energéticos (bandhas), ejecutadas en un orden preciso y con un ritmo fluido y desafiante.

La práctica se divide en series, siendo la primera la más conocida: Yoga Chikitsa, o “terapia de yoga”, que busca purificar y fortalecer el cuerpo. Luego vienen otras series más avanzadas como Nadi Shodhana (purificación de los canales energéticos) y Sthira Bhaga (fuerza y gracia). Muy poca gente llega a dominarlas todas. Y no pasa nada.

Tradición vs evolución

En mi camino, he observado algo que creo que está muy presente en el mundo del Ashtanga hoy: una división entre los puristas que siguen al pie de la letra las enseñanzas tradicionales, y una nueva corriente que, sin perder el respeto por la tradición, abre la puerta a la evolución de la práctica. Gente que entiende que no todos los cuerpos son iguales, que no todas las personas tienen el mismo día ni la misma vida, y que adaptar la práctica también es parte de la inteligencia yogui.

Yo, sinceramente, me incluyo entre los segundos. Respeto la tradición, me nutro de ella cada día, pero también escucho mi cuerpo, mis alumnos, mis circunstancias. Porque si el yoga no es adaptable, deja de ser útil. Y si deja de ser útil, ¿para qué practicarlo?

El Ashtanga como camino, no como forma

Para mí, el Ashtanga no es sólo una forma de mover el cuerpo. Es una forma de vida. Una disciplina que, a base de repetir, observar, respirar y avanzar poco a poco, me ha enseñado más sobre mí que muchas conversaciones o libros. Me ha dado estructura, constancia, fuego y humildad.

Y sobre todo, me ha dado una comunidad. Porque cuando practicas Ashtanga, no estás solo. Estás en una especie de familia silenciosa que respira contigo, que se enfrenta a las mismas posturas una y otra vez, que se cae, se levanta y vuelve a intentarlo.

Si estás leyendo esto y sientes curiosidad, te diría que pruebes. No te quedes con lo que te han contado. Ven con la mente abierta. Quizá te enamores. Quizá salgas corriendo. Pero al menos sabrás que lo probaste.